PREGÚNTALE AL VIENTO
PREGÚNTALE AL VIENTO
Hay ocasiones en las que un pequeño instante, diminuto e imperceptible, cambia nuestras vidas y nos engancha para siempre. Son momentos difíciles de atrapar, intangibles y escurridizos, que la mente intenta mantener con vida a base de recuerdos y sensaciones. No es fácil. El tiempo se encarga de diluir la memoria, emborronar los rostros y suavizar emociones. Pero hay unos cuantos seres entrenados, con el alma y los ojos tan abiertos, que logran recuperarlos una y otra vez. La pintora Marina Anaya es uno de ellos.
Sus cuadros se respiran, hinchan nuestros pulmones de aire vital, de un viento que guarda todos los secretos. Su pincel es capaz de capturar la felicidad plena, de prolongar hasta el infinito una imagen, de llenarla de vida y movimiento. Lo logra con la belleza de sus abrazos, con el latir de su naturaleza en ebullición y con un color mutante que convierte su obra en una prueba indiscutible de aquello que realmente merece la pena: sentir y vivir. Sus protagonistas universales no saben de fronteras, su hogar es la vida y su viaje la búsqueda de la felicidad. Y al igual que Anaya en su primera incursión en Centro América, estos personajes tienden la mano para hacer el camino en compañía, echando lazos, uniendo continentes, saltando océanos y aniquilando kilómetros para acercar, ahora más que nunca, Puerto Rico y España en una aventura artística que ya no tiene vuelta atrás. Allí donde ya no alcanza la vista, allí se encuentra el próximo destino de esta pintora, consciente de que para crecer, primero hay que echar raíces y de que para volar, primero hay que pedir permiso al viento.
Con su beneplácito, este elemento hace acto de presencia. Llega con tanta fuerza que duele, tan intenso que nos paraliza, tan frío que eriza la piel, tan cálido que nos hace sudar. Puede aparecer en silencio, suave, como una caricia o con tanto empuje que nos quite hasta el aliento. En él está la respuesta, flotando junto al vuelo de los pájaros y el baile otoñal de las hojas, brillando en la penumbra de una fiesta que apura la música hasta el amanecer. Con el nuevo día volverán los abrazos y la sensación de plenitud. Y como cada mañana, arrancaremos la vida a pedazos, a bocados de sonrisas y mechones de pelo enredados en los dedos. No servirán las excusas, tendremos que dejarnos llevar rendidos, diminutos, desfallecidos y contagiados por el imprevisible instante en el que las dudas se desmoronan y nos invade esa esquiva magia que da sentido a todo. Es la magia que silba y susurra a nuestros oídos, aquella que habita en el viento. - Lidia Martín Araujo